Conocí a Luis Anderson en 1988, el ya Secretario General de ORIT.  Yo acababa de llegar al Departamento Internacional de CISL, como responsable para el seguimiento de las relaciones con América Latina.

Estudiando la ley y la política internacional, en ese momento yo estaba obviamente fascinado por el continente americano y en especial por América Central, dado el cruce de todas las contradicciones de una Guerra Fría todavía en marcha, en donde las dos superpotencias se enfrentaban mediante el apoyo a facciones opuestas en las guerras civiles de los distintos países del Istmo, incapaces de enfrentarse directamente en razón de la estrategia de la disuasión nuclear.

El trabajo sindical era muy intenso y fascinante: en un momento complejo para el orden político internacional, estábamos trabajando como exponentes de esa «diplomacia paralela», que nos permitía llegar a donde a menudo la diplomacia oficial o «institucional» no podía. Un ejemplo fue nuestro trabajo junto a las organizaciones de la sociedad civil salvadoreña, que serán protagonistas de la paz en la región,

Con Luis trabajaba en esos años un destacado equipo: Anita Nitoslavska, polaco / canadiense, Marta  Scarpato, Italo / Argentina, Miguel Frolich y Rafael Arazi, Argentino / Israeli y Gerardo Castillo, costarricense, que conducirá un gran proyecto de formación para toda América Latina, que mi Organización, la CISL, logrado que el gobierno italiano financiara la ORIT, a través de la Organización Internacional del Trabajo.

Luis me sorprendió con su autoridad, tan imponente como su estatura física, por su carisma en el tratamiento de cuestiones complejas y por su extraordinario conocimiento de los mecanismos de la política internacional.

Luis no era un “latinoamericano”, sino era realmente un personaje «global».   Con su impresionante conocimiento del sofisticado paisaje sindical europeo, Luis podía interpretar con precisión las interrelaciones importantes entre sindicatos y sistemas socio-político lejano, comprender potencialidades, enfrentar las críticas.

Luis estaba anticipando ya en los últimos años 80 esas cuestiones de la globalización económica y pudo ver  la globalización de la «solidaridad» que hoy tratamos de declinar, frente a un mundo donde el derecho de la ciudadanía en todas las latitudes ya no está atado al  trabajo y al vínculo con un territorio.

 

Una nueva (e inimaginable entonces) distribución internacional del trabajo y el cambio del mismo concepto sociológico de trabajo, que experimentamos en nuestro complejo presente, ya había sido intuido en las reflexiones que Luis proponía en esos años.

Su «sindicalismo sociopolítico» tomó el importante papel de «cuerpo intermedio» para el gobierno de las economías modernas, con un nuevo   papel del capital financiero, la menor prominencia de los Estados y una política en la que el paisaje de los partidos e ideologías «tradicionales» se estaban desmoronando en todas las latitudes, en todos los continentes.

Sindicalista mundial y visionario, pero extraordinariamente pragmático, capaz de comprender la importancia del diálogo con las instituciones financieras internacionales, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que afirmaban la necesidad de imponer a los países medidas de ajuste estructural de la economía, una situación en la que sólo un nuevo sujeto internacional capaz de representar los intereses de los trabajadores podría tratar de confrontar.

Luis había establecido una excelente relación con el Banco Interamericano de Desarrollo, importante entidad financiera que por un lado estaba relacionada al Banco Mundial y por el otro, gracias a un “board” que contaba con la participación de los gobiernos de los países europeos más importantes, junto con el gobierno norte-americano,  representaba un extraordinario potencial para apoyar la cooperación al desarrollo, que en aquellos años se estaba volviendo cada vez más  uno de los posibles mecanismos de corrección de los desequilibrios económicos globales.

Trabajar con Luis fue una verdadera escuela para mí en esos años, es decir,  pragmatismo y  sentido concreto, superando todo condicionamiento «ideológico», con Luis se podia llegar hasta el corazón de las necesidades de una moderna organización  capaz de representar los intereses de los trabajadores y de hacer frente a las grandes instituciones internacionales, así como confrontar con los países grandes y pequeños de las » Américas Latinas «, dicho  en plural para evitar cualquier generalización equivocada.

Y así, acompañe a Luis en la supervisión de las elecciones en Nicaragua de 1990, que vio el final del sueño revolucionario sandinista. También estuve con él en las reuniones con la Confederación de Trabajadores de Cuba, que no estaba afiliada a la familia sindical internacional, pero no podía no estar involucrada fraternalmente buscando la manera de hacer frente a la pobreza y el sufrimiento de la población debido a la difícil situación política y de las relaciones internacionales que el país enfrentó desde el fin de la guerra fría y frente a las indispensables “aperturas» hacia el mundo exterior.

 

Con Luis compartimos los malentendidos y las enormes dificultades para dar espacio y viabilidad a la representación de los trabajadores durante los años del «chavismo» en Venezuela… Recuerdo el dolor, y la gran dignidad con la que Luis enfrentó toda la situación que luego dio lugar al traslado de la sede de la ORIT en Brasil.

Pero con Luis Anderson se podía también reír y bromear, no era un tipo gruñón, era una persona de gran humanidad. Recuerdo que durante un viaje que me llevó a la Ciudad de México yo me puse enfermo en el avión. Luis movió inmediatamente las reuniones de trabajo que ya habíamos planeado y a las que había querido se me invitara, para que fuera atendido por los médicos: desde ese momento cada vez que nos vimos o que estábamos hablando por teléfono, su primera preocupación y su primera pregunta estaban sobre mi salud, siempre me preguntaba si prestaba atención a las reglas de alimentación, me preguntaba  por mis hijos y me recordaba el sentido de responsabilidad (Luis sabía muy bien qué tipo de vida hacemos nosotros, los  «sindicalistas nómadas», siempre entre un avión y otro, siempre rebotados a diferentes zonas horarias, los ojos hinchados por el cansancio, poco tiempo para dedicar a la actividad física).

Una vez me sorprendió: yo le había llamado para discutir de una situación delicada que estábamos viviendo en Colombia y el me paró preguntándome sin rodeos: «Giuseppe, sé que tú en Italia siempre vas a trabajar con la motocicleta: dime sinceramente, ¿te pones un casco?  Sé que donde tú vives, (y ciertamente se refería al sur de Italia y Nápoles), les gusta ser “ingeniosos”… Y pronto con recomendaciones y reproches… Sentía sinceramente que Luis me quería mucho.

Una vez su intervención fue decisiva, incluso para mi seguridad y mi vida, me gusta recordarlo mucho anos después de los hechos.   Estábamos en El Salvador con Marta Scarpato e importantes dirigentes sindicales italianos para hacer un seminario sobre derechos humanos, previsto por el proyecto que manejamos juntos la CISL italiana y el ORIT.   Dos años antes habían sido asesinados los padres jesuitas de la UCA, con quien colaborábamos en el marco del programa de cooperación. Los «escuadrones de la muerte» habían masacrado a los jesuitas y se apoderaron de todos los documentos, mi nombre estaba en todas partes, me pusieron en una “lista negra”.  Me habían «invitado» a no ir a El Salvador durante al menos dos años.

Bueno, exactamente dos años después volví allí… y mientras estábamos en la conferencia, un niño se me acercó y me entregó una carta. La carta llevaba el logotipo de un rifle de alta precisión y amenazaba de muerte a los líderes sindicales internacionales presentes, a los participantes del seminario y a sus familiares. Luis, inmediatamente informado, estableció la estrategia para salir de la «impasse». Hay dos soluciones, nos dijo, o inmediatamente “te vas del país, pero es muy arriesgado, o «te ponemos en el centro de atención”. Luis nos hizo comprender, con su gran experiencia y lucidez política, que haciendo comunicaciones oficiales desde México, desde Roma y también desde Bruselas hacia el gobierno salvadoreño, estaríamos más seguros. La técnica de poner bajo responsabilidad del gobierno de El Salvador nuestra incolumidad fue una victoria, continuamos el seminario de capacitación hasta el final, y hoy estamos hablando de ello. Luis era eficaz, pragmático, lúcido, un gran dirigente, se las arregló para resolver el grave problema.

Muchos son los momentos que me gustaría recordar, sobre la colaboración y la amistad con Luis Anderson, no sería suficiente esta breve nota, estoy seguro de que todos los que han tenido el privilegio y el honor de cruzarse en su vida podrían escribir páginas y páginas.

Luis era una figura pública, por supuesto, pero sabía cómo relacionarse de forma dulce con cada persona que conocía. Nunca olvidaré la mirada punzante y tierna con la que seguía a sus colaboradores más cercanos, su relación con Ernesto Marval, Iván González, con Katia Gil… Era la mirada de un «padre».

Luis fue para mí una escuela de entrenamiento, un ejemplo, un gran e inolvidable amigo.

Giuseppe Iuliano, CISL, Julio 2018.

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