La primera vez que me encontré con el compañero Luis Anderson fue en los congresos de la CUT brasileña, en la década de 1980. Él estaba allí en calidad de Secretario General de la ORIT, y yo asistía en el papel más humilde de Subdirector de Asuntos Internacionales para la UFCW.

Quedé de inmediato impresionado por su franqueza, amabilidad y sabiduría. Fue muy amable conmigo y pareció apreciar mi representación de un importante sindicato norteamericano en estos eventos críticos de la historia contemporánea del movimiento obrero brasileño.

Tras ser nombrado Director Adjunto de Asuntos Internacionales de AFL-CIO, Responsable de las Américas, en 1997 por el Presidente John Sweeney, tuve el honor y el privilegio de trabajar con Luis más estrechamente.

Esta camaradería se hizo aún más fuerte con la elección a Presidenta de la ORIT en 2001 de la Vicepresidenta Ejecutiva de AFL-CIO, Linda Chavez-Thompson.

Luis vivió y murió para la solidaridad sindical interamericana. Creía en ello desde el fondo de su ser, y con la evidente convicción de que los trabajadores de Norteamérica necesitaban unir fuerzas con sus hermanas y hermanos de América Latina y el Caribe. Sabía que nuestros intereses comunes eran mucho más fuertes que nuestras diferencias.

Luis fue una inspiración y un mentor. Aprendí mucho de nuestras conversaciones durante la cena y el café, y especialmente durante las conferencias de la OIT en Ginebra.

Quince años después de su prematura despedida, recuerdo el verso sombrío del poeta peruano César Vallejo: «¡Hay golpes en la vida, tan fuertes…, Yo no sé!».

De hecho, la partida de Luis fue un “golpe en mi vida”. Pero también creo que él querría que continuásemos con la solidaridad laboral interamericana que tanto apreciaba.

Stanley A. Gacek. Washington, Octubre 2018.

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