Medía casi dos metros, flaco y espigado. En ese entonces peinaba afro al estilo Bob Marley. Creo que fue en la época que fungió como dirigente sindical del Local 907 en la Zona del Canal. Tenía un tono de voz vibrante y sonora que aún a distancia no pasaba inadvertido. Físicamente marcaba presencia.

Lo conocí en Miami en un congreso del sindicato de municipales de la AFL-CIO en el año 1975. Los dos fuimos invitados en calidad de dirigentes sindicales por William Sinclair de la ISP y desde un primer momento sintonizamos como buenos vecinos de frontera.

Por recomendación de Rodolfo Benítez, a quien había conocido como representante de la IPCTT, me invitó años después –ya como Secretario General de la CTRP– a Panamá para que dictara una charla sobre relaciones entre partidos políticos y sindicatos. Era el inicio del PRD y la confederación no podía quedar aislada de la vida política ni de la efervescencia social que se vivía en torno al tema de la recuperación del Canal.

Poco tiempo permaneció en la CTRP, porque al año siguiente fue llamado por el General Omar Torrijos para que ocupara el puesto de Viceministro de Trabajo. Al final del año, me volvió a invitar a Panamá para conversar sobre una oferta que le habían hecho para que asumiera la Secretaría General de la ORIT y ahí me propuso para que formara parte de su equipo en Ciudad de México.

–Luis, ¿me estás proponiendo que te acompañe a trabajar en una organización desprestigiada que lleva el estigma de ser manipulada por la CIA?

–No –me contestó de inmediato–. Te estoy pidiendo que me acompañes a transformar una organización sindical importante en América.

Reímos un rato con cerveza en mano al estilo caribeño y quedamos de hablar después. La oferta quedó en el aire y yo regresé, cavilando, a mis habituales tareas de capacitación en CEDAL, La Catalina.

Pasaron varios meses. Concertamos dos o tres reuniones, largas llamadas telefónicas y yo por mi lado no dejaba de conversar con mi esposa los pros y contras de esa decisión. No fue fácil trasladar con básicas pretensiones salariales un núcleo familiar de seis personas, cuatro niños de escuela, mi esposa y yo, hacia una aventura de horizontes poco claros.

México, algo más que mariachis y tequila

La Ciudad de México es un plato fuerte para cualquier viajero y más para un panameño y un tico. Cohabitar en ella entraña acostumbrarse a la gran metrópoli, aprender a respirar en altura y con smog, vivir lo colosal como norma de vida y además, sobrevivir la agitación del conglomerado humano y vehicular de una de las urbes más pobladas del mundo.

A Luis le tocó llegar a una ORIT alicaída, desmantelada y con múltiples desafíos: el personal venía de la vieja escuela, los asistentes cercanos a la Secretaría General no correspondían a las inquietudes del nuevo jefe ni el ritmo de trabajo sintonizaba con lo que él esperaba.

Sin embargo, él mostró su personalidad fuerte. No había llegado de paseo ni por razones de destierro y traía en mente inquietudes e ideales tan grandes como la ciudad que lo recibía. México no era estación de paso; por el contrario, fue una gran nación que lo realimentó y ayudó a ver y pensar en grande.

En el tercer piso del edifico de la CTM, en Vallarta 8, estaban las oficinas de la ORIT y desde los ventanales se dejaban ver viejas edificaciones coloniales y una plaza con amplias áreas verdes que ostentaba un imponente monumento a la Revolución Mexicana. Los monumentos, las avenidas, ejes y calles aledañas que nos encuadraban tenían nombres sugerentes: Insurgentes, Reforma, Cuauhtémoc… Todo evocaba un pasado histórico de orgullo patrio, nacionalista, sin duda, pero al mismo tiempo direccionado a revalorar nuestros antepasados originarios.

Lo prehispánico exaltaba la raza, la valoración de lo indígena. El descubrimiento y la colonización estaban presentes con colorido en los murales de Diego Rivera. La independencia no era una fecha perdida en el calendario, sino la fecha más importante y la Revolución Mexicana, que después de más de doscientos años se sentía aún inconclusa, no dejaba de flotar en el ambiente. Ese fue el hábitat cultural que nos arropó en medio de una estructura política que ya cabeceaba y no ha dejado de transformarse hasta nuestros días.

Mi incorporación no fue un contrato formal de trabajo, sino un pacto de amistad y compromiso que llegó hasta el día de su muerte. Mentiría si digo que teníamos un plan o modelo preconcebido para la ORIT, porque no sabíamos en ese momento qué iba a suceder ni qué era posible hacer en esas circunstancias. Solo teníamos la certeza de que sería diferente.

Firmé como director del Departamento de Educación, pero las funciones desde el principio rebasaron ese ámbito. Fueron más allá de programas, eventos y conferencias educativas y se perfilaron en la práctica cotidiana en un acompañamiento o asistencia a la Secretaría General.

Fue una circunstancia laboral que conjugó dos personalidades, con dos concepciones distintas, en un momento determinado: una teórica, inspirada en el socialismo democrático orientada por más de siete años con la Fundación Ebert y otra formada en la práctica política como dirigente sindical primero y luego, como alto funcionario público de un gobierno progresista de izquierda, que enfrentó la potencia hegemónica más importante de la época. Luis no ostentaba –ni pretendía– una formación ideológica determinada. Tampoco manejaba el lenguaje acostumbrado de la academia. Era fundamentalmente intuitivo y actuaba con lógica asertiva y sin adornos ni recovecos asi llegaba rápidamente a la causa medular de los problemas. Su experiencia laboral de electricista en la zona del Canal a la par de trabajadores estadounidenses y luego en la mesa de negociaciones a nivel de país, le enseñaron a negociar sin complejos con aquellos que en la guerra fría se creían capataces del patio trasero del imperio.

Rápidamente entró en escena en las reuniones del Comité Ejecutivo y foros internacionales convocados por la CIOSL u otros organismos y mostró con éxito su aguda inteligencia, su personalidad firme e independiente en la toma de decisiones. Coincidió su llegada con una Europa que en esos momentos miraba hacia América Latina y el Caribe a través de ópticas distintas a las acostumbradas, entre ellas, la Internacional Socialista (IS), que buscaban acercar los partidos afines de la región a posiciones menos lineales a la política exterior de los Estados Unidos. La ORIT poco a poco empezó a mostrar que quería lavar la imagen de organización financiada, controlada y dirigida por EE.UU.

La CIOSL –dirigida en ese entonces por Johnny Vanderveken– estaba aguijoneada por inquietas organizaciones sindicales europeas de distintos países: Noruega, Holanda, Italia, España, Francia y Alemania. Ellos buscaban, sin mayor estridencia y más bien con cierta cautela, abrir espacio entre los bloques hegemónicos. Estaban informados y conocían bien los movimientos políticos y sociales de nuestros países y por ello veían con simpatía a ese negro de casi dos metros que se abría campo, sin temores, como grande entre los grandes.

Coincidió en ese período de reconstrucción de la ORIT un aliado valioso: Enzo Friso, quien se desempeñaba en ese momento como Director de la Oficina para ALC en Bruselas, sede de nuestra organización mundial. Lo acompañaba Juan Manuel Sepúlveda, exiliado chileno en Bélgica, que fue a parar por esos lares y se convirtió en su mano derecha. Juntos desplegaron un excelente trabajo en atención, apoyo y respaldo a los movimientos sociales progresistas.

Juan Manuel había vivió en carne propia el destierro y aprendió que la violación de los derechos humanos en una dictadura de derecha no hace distingos entre comunistas, socialistas, socialdemócratas o demócratas cristianos; todos forman parte de un solo paquete peligroso para los militares y por ello no dudan en relegar, aterrorizar, encarcelar o asesinar.

Por eso y dado el abandono en la conducción de la ORIT, la desconfianza política y la falta de personal en México, la CIOSL había sustituido estas carencias con ayuda solidaria directa a organizaciones sindicales no afiliadas a la ORIT y contrarias o indecisas de la línea anticomunista del IADSL. De hecho, el sindicalismo democrático que operaba en la región estaba cruzado por dos influencias políticas distintas.

La ORIT era cobijada por Estados Unidos, pero no era una organización políticamente homogénea. En ella convivían organizaciones poderosas como AFLCIO (EE.UU.), CLC (Canadá), otras corporativas de distinto cuño: mexicanas, argentinas y brasileñas. Además, se sumaban muchas pequeñas de etiquetas democráticas, pero generalmente subsidiadas por Estados Unidos (Centro América, Caribe, Colombia) y una organización mediana como la CTV de Venezuela socialdemócrata. Todas de una forma u otra competían a nivel nacional con las organizadas y tuteladas por los comunistas. Por su parte, un bloque de organizaciones independiente se mantenían: (CUT/Brasil, CUT/Chile, CEOSL/Ecuador) y crecían distantes de esos dos polos.

Un hecho que ilustra el acople institucional y político que se dio entre CIOSL y ORIT terminó en una conversación de Enzo y Luis, donde el acuerdo era que la dupla Sepúlveda/ Castillo debía organizar un periplo a los países del cono sur a efecto de trazar una estrategia mancomunada. La visión de dos hombres especiales como Enzo y Luis mostró voluntad y decisión de empezar a ordenar la casa.

La educación, eje de la política

El nuevo secretario no solo dio todo el apoyo a los programas de educación, sino que le otorgó centralidad política durante su gestión. Los discursos, las publicaciones y las acciones políticas se enriquecieron con reflexiones, ideas y valores relacionados con los problemas concretos de los trabajadores. La democracia no se definió por el anticomunismo. El sindicalismo no era apolítico, como se acostumbraba anestesiar en ese entonces, sino que su origen histórico era político, se desplegaba en escenarios políticos y su impacto tenía como fin incidir en las estructuras de poder.

Por su lado, Enzo y Sepúlveda propiciaron contactos y con ayuda de Nancy Ramírez –anfitriona, traductora y amiga– se abrieron puertas en Europa para establecer relaciones con organizaciones colaboradoras y se elaboraron proyectos de largo alcance.

El punto de apoyo económico de la ORIT seguía siendo AFLCIO. No obstante, ya no dependía exclusivamente de ellos ni de su equipo de colaboradores, que operaban en casi todos los países del hemisferio. Europa empezó a apuntalar el proceso de transformación de la regional y otras fuentes de información, como las oficinas de la FES, ayudaron a establecer otros enlaces y ampliar la cobertura.

La transformación de la ORIT se fue dando en varias formas y momentos: primero, una conducción incuestionable que rescataba esencia, presencia, respeto y tal vez lo más importante, dado el delicado contexto geopolítico, mantenía una coexistencia entre Estados Unidos y Europa como aliados, sin que la desconfianza condujera a graves conflictos internos ni a la división de la organización.

Segundo, en la sede se agregó personal y se revitalizó la estructura con mejores y más eficientes servicios. Los departamentos de mujeres, derechos humanos y juventud se añadieron al departamento de proyectos socio-económicos, que estuvo siempre bajo la dirección de los excelentes compañeros de la HISTADRUT: Ariel Kalder, Manuel Topel, Miguel Frolich, Rafael Arazi.

Tercero, sin premeditación ideológica ni simpatía partidaria, se fue acercando un grupo de intelectuales, estudiosos de estos temas, algunos más amigos que otros, procedentes de países y profesiones diversas, pero todos interesados en la problemática laboral y sindical. Esa particular amalgama tenía bases de izquierda socialista, pero discrepante de la ortodoxia marxista. Fue un grupo sui géneris que con el tiempo se convirtió en asesor y colaborador directo de la Secretaría General o de proyectos de formación y en definitiva sería el núcleo generador del pensamiento de orientación en la ORIT. Fue un fenómeno extraño en su integración, procedencia y cohesión que muy pocas veces se da.

Entre ellos estaban Beethoven Herrera, colombiano, filósofo, historiador, economista y sobre todas las cosas, un excelente educador, amigo de la causa de los trabajadores; Julio Godio, argentino, filósofo, sociólogo, escritor prolífero y especialmente, investigador acucioso de los fenómenos políticos y sociales de los países de ALC; David Mena, sociólogo salvadoreño, exiliado en México, hombre cercano al Dr. Guillermo Ungo, quien fuera el brazo político del FMLN, quienes con ideas denunciaban las atrocidades de los militares.

En ese momento la ORIT no contaba con proyectos ni recursos para contratar profesionales de este nivel. Fue un trabajo voluntario y enlazado fuertemente por la amistad y la identificación a la osadía de un proyecto que se atrevía a proponer y pensar un sindicalismo latinoamericanista.

Hubo empatía entre los miembros y fue fácil sincronizar planteamientos y de esa fuente surgieron documentos novedosos para congresos, estudios serios en torno a las causas de la crisis económica, análisis de coyuntura política más equilibrados, defensa irrestricta a los derechos humanos contra cualquier tipo de dictadura, la crisis de los países de Centroamérica, no reducida a los intereses norte-sur, sino este-oeste, lucha frontal a la escalada militarista en el cono sur, rechazo a la invasión a Granada, apoyo al Grupo Contadora y defensa a la revolución sandinista, que tenía sustento ético en ese entonces y derecho justificado de intentar un proyecto de sociedad distinto, lamentablemente malogrado.

Los países de la región vivían encendida ebullición: guerra en Centroamérica, guerrilla en Colombia, terrorismo de Estado contra los trabajadores en el cono sur de gobiernos militares para. La ORIT no doblaba el brazo. Estaba empecinada en que en los extremos no estaba la salida. Fue un tiempo de crispación política, mucho movimiento, misiones, actividades, invitaciones y una época productiva en la elaboración de pensamiento desde nuestras raíces y no desde ámbitos fuera de nuestro interés, porque en los centros de poder persistía el maniqueísmo que reducía la problemática sociopolítica a lucha armada anticomunista.

Por su parte, Luis no era un líder para repetir documentos elaborados desde Bruselas o redactados por otros. Tenía esa cualidad que está entrando en desuso: leía y todo lo revisaba, discutía, pedía explicaciones y corregía aquellos pasajes en que no estaba de acuerdo o no consideraba correctos. Era un líder que explicaba en sencillo lo que otros escribían complejo y nunca pretendió aparecer con una imagen de intelectual.

La estructura creció

De hecho se fueron perfilando con el tiempo dos grupos: un núcleo en México constituido por funcionarios y otro el grupo asesor externo que se reunía ocasionalmente. Al primero se sumó Carlos Enrique Arias, Olga Hammar y después, Ofelia Londoño, Ana Nitoslaska, Eduardo Rodríguez, Martha Escarpato y Diego Olivares. En el terreno, Comberthy Rodríguez –quien dirigía la oficina en Costa Rica–, Víctor Báez en Asunción y Fernando Serrano, primero en São Paulo/Brasil y luego en Buenos Aires.

Tiempo después al grupo asesor/externo se incorporó Álvaro Orsatti e Hilda Sánchez, una pareja de economistas que quedarían matrimoniados para siempre a las organizaciones sindicales, junto con su hijo Bruno, que nació con la buena vibra de todos los tíos del equipo.

Las ideas y planteamientos de la ORIT desestabilizan los esquemas y los clichés maniqueos que persistían, alcanzó prestigio y los proyectos de diferentes fuentes ofrecieron recursos financieros para que la organización creciera autónoma y empezara a convertirse –sin lugar a dudas– en la protagonista sindical de mayor prestigio en el universo político regional y mundial.

Un proyecto determinante

Uno de los proyectos que marcó el desarrollo de la institución fue el proyecto italiano que –a solicitud de Luis– fue promovido y gestado por nuestro acucioso amigo de la CISL, Luigi Cal, padrino de Edwin, el último hijo de Luis, nacido en México. Él se movía con agilidad y diplomacia veneciana en las altas esferas del gobierno italiano y también en los pasillos con olor a incienso del Vaticano.

Producto de ese dinamismo de Cal llegamos a una reunión con Giulio Andreotti, Primer Ministro de Italia, en su oficina privada cerca del parlamento, a conversar sobre un posible proyecto de formación sindical para ALC. Andreotti –metido en un estricto e impecable traje entero azul, con lentes de marco gruesos, encorvado no solo por los años, sino por el peso de la historia que cargaba– nos recibió amablemente y en medio del intercambio de la información general le dijo a Luis en un tono fino como disculpándose:

–Comprenderás que ese monto ($5, 000,000) no puede entregarlos directamente el gobierno italiano a la ORIT. Requerimos que los fondos sean canalizados a través de un organismo de Naciones Unidas.

Luigi entró en escena como intérprete, terció con elegancia y deslizó el nombre de la OIT como posible canal institucional.

Luis sin titubear respondió con la celeridad de siempre:

–De acuerdo. La OIT nos parece ideal y no tenemos ninguna objeción, en el entendido de que nosotros facilitaremos al encargado de dirigir el proyecto.

Como suele suceder en estos casos, un apretón de manos, salida protocolaria y a la buena mesa bajo la guía gastronómica del amigo, hombre culto, políglota, caballero a lo italiano y buen conocedor de Roma.

Fue en ese momento, entre bromas, vino y risotto o en otro momento parecido –no tengo la certeza– cuando Luis marcó la cancha al indicar que el proyecto en marras, de aprobarse, quedaría bajo mi dirección. Era una expectativa y como tal, no volvimos a hablar del asunto y de nuevo regresamos al torbellino de una organización que se reinventaba todos los días.

Luigi no defraudó, nunca defraudó a Luis, tampoco al sindicalismo latinoamericano que le debe mucho. Pero lo cierto es que tiempo después informó que el proyecto había sido aprobado y procederían a establecer los contactos con la OIT/Ginebra.

Un día de tantos, estando en México, llegó la comunicación de la OIT con la oferta del trabajo, donde estipulaba requisitos y condiciones. Era un documento oficial que yo tenía que firmar. Después de leer la redacción acostumbrada, llegué al monto del salario y para sorpresa mía, el monto asignado superaba por mucho lo que yo ganaba. Como no tenía idea del porqué de esa cifra, sorprendido fui al despacho de Luis y le dije:

–Luis, aquí hay algo equivocado. Este salario no puede ser. Es un monto que rompe toda la escala salarial de la ORIT.

Leyó con detenimiento, fumando como de costumbre, queriendo tragarse el cigarrillo y entre bocanadas de humo me dijo:

– ¡Coño! Esto no lo habíamos pensado… Es otro nivel.

Incómodo, sintiendo culpa y sin tener claro que decir, respondí:

–Luis, eso no puede ser… No puedo ganar más que vos… ¿Cómo podemos remediarlo…?

–Nada… absolutamente nada. No se puede cambiar ni vamos a cambiar. Esa es la política de las Naciones Unidas, es la OIT y vos ahora vas a ser funcionario de la OIT. Ni vos ni yo tramamos para que así fuera. Ni siquiera lo pediste… Es tu suerte y lo mereces, aprovéchalo… junto con tu familia.

Este hecho retrata a Luis en sus valores, convicciones y manera de ser como persona.

Pero no fue solo una vez que dio muestra de su integridad. En el congreso de 1989 el ataque del IADSL fue directo contra mí y el grupo asesor. Para ellos Luis no era el problema. El mal radicaba en quienes lo rodeaban. Deduciendo los inconvenientes y riesgo que arrastraban “las malas compañías” a las puertas de unas elecciones, yo sugerí que renunciáramos, que lo importante era ganar la elección. La respuesta fue también del mismo tono:

–No, Gerardo. Si dejamos que nos doblen la mano en esta oportunidad, nunca más podremos retomar el control de la organización. Vamos juntos pase lo que pase hasta al final.

Luis como persona.

No actuaba como jefe, sino como un pater familias velaba y protegía al grupo, y para él, en la ORIT –más que funcionarios– fuimos hermanos y los hijos de los compañeros de trabajo eran parte de la institución. Eso era lo que trasmitía en los círculos de trabajo que se fueron formando. Había una fuerte cohesión: la amistad, el compañerismo, la franqueza y la lealtad

Luis era de una sola pieza, no había por dónde equivocarse. Lo que decidía podía ser acertado o equivocado, tozudo muchas veces, pero nunca con doble discurso o cartas escondidas. Autoritario, gritón con frecuencia e iracundo algunas veces, pero nunca hipocrática ni pusilánime. Era directo, franco y como amigo no existían dobleces.

En su apretada agenda, siempre buscaba y encontraba tiempo para reunirse con sus brothers del Caribe, dirigentes de CTRP, su organización o con los centroamericanos.

Con el staff, después de grandes acontecimientos, celebraciones o ratos de esparcimiento: eran tragos, canciones, poesía. Diego con su guitarra salía a recorrer por la cintura cósmica del sur, con Beethoven no podía faltar la Serenata Tucumana, el repertorio de canciones mexicanas eran a coro de muchas voces y no faltaba la tristeza del viejo tango y las tonadas de protesta. La poesía se abría campo a empujones y tropezaba con bromas, pero Vallejo, Darío, Lorca y Neruda entraban en escena. Luis no se achicaba tampoco en estos escenarios y sacaba sus infaltables Versos del Capitán y los de Chorrillos.

Ese menú de trabajo-amistad, autoridad-libación mezclados enfatizaba su fase humana que irradió y contagió, y por eso era normal y agradable llegar a Bruselas, compartir un asado en la casa de Juan Manuel con su esposa e hijos, comer con Enzo en Waterloo donde vivía y caminar Roma en compañía de Luigi Cal.

Sí, viajamos por ALC en cada país tuvimos más contactos, más amigos y más gente que sumaba esfuerzos por la nueva ORIT. Aquí la lista se alarga, las anécdotas muchas y las luchas incontables.

El resultado: una nueva ORIT

La transformación de la ORIT fue gradual en la forma, pero radical en el fondo. Si con el liderazgo y presencia de Luis se recuperó imagen, con el proyecto italiano se obtuvo autonomía económica, la cual permitió tejer un hilo conductor en el quehacer educativo, desarrollar nuevos temas y estimular los equipos vía consultorías. Se produjo pensamiento sindical del mejor nivel y con los mejores hombres en sus respectivos campos.

Los documentos de la ORIT los leyó Pedro Vuskovic. Los análisis referidos a las nuevas tecnologías fueron aporte invaluable de Oscar Tangelson y Leonardo Merten. La seguridad social fue orientada y fundamentada con la experiencia de Alfredo Conte Grand y el sector informal lo avanzaron Miguel Frolich y Álvaro Orsatti con aliento de PREAL y la oficina de la OIT Santiago de Chile.

Los nuevos enfoques de la educación sindical se nutrieron de intercambios con las escuelas de CISL, conversaciones constantes con sus directores, visitas a los centros de la DGB en Alemania y a las escuelas que impulsaron en Brasil, como Cañamar y Florianópolis.

También avanzamos con una serie de ONS, la creación de una red de alianzas e intercambios recíprocos. Con las fundaciones españolas ISCOD de UGT, mantuvimos entrañables relaciones con Maite y Manolo Bonmati y apoyo profesional muy calificado de la CCOO. En los programas de capacitación del George Meany estuvimos varias veces como expositores y en Argentina contribuimos con la creación del Instituto Arturo Jauretche.

Emergió una nueva ORIT y esto fue gracias a esa conjunción de razones, factores y circunstancias que se dieron como una constelación que puso en fila astros y estrellas. No obstante, en materia de grupo humano no fue el azar. Fueron personas de carne y hueso, con vicios y virtudes, que tuvieron un líder que cohesionó, defendió y puso el pecho por su equipo.

En definitiva, el balance general es favorable. La ORIT limpió su imagen como organización, alcanzó a ser la estructura regional más representativa en ese momento, con el mayor prestigio y reconocimiento en los foros políticos y sindicales más relevantes de la región y del mundo.

La OIT: Una organización amiga

Una persona determinante en el proceso fue Giuseppe Querenghi, llamado con cariño por todos nosotros como Pino, quien había trabajado en ALC como Especialista en Educación Obrera de la OIT y conocía a fondo el mundo sindical latinoamericano. Un hombre discreto, respetuoso e inteligente, firme en sus decisiones y maestro en el arte de las formas. Esta última cualidad era clave en las relaciones que el proyecto tenía que mantener con el engranaje político-administrativo de la OIT. Si bien dicho proyecto era para apoyar el fortalecimiento de la formación sindical de la ORIT, en sus aspectos formales y procedimientos, la ejecución de las actividades estaba sujeta a los reglamentos y disposiciones que regía la OIT… que no eran pocos ni fáciles de manejar.

A poco tiempo de arrancar el proyecto, se corrió el rumor de que Luis y Gerardo hacían lo que les daba la gana con los fondos. Luis y Pino concretaron una reunión que tuvo como objetivo la evaluación de lo actuado y la revisión de cuentas. Para ello tuvieron la genialidad de invitar a la gente del IADSL para que conocieran, discutieran y formaran parte de los planes y controles con los que se manejaron los recursos. Hasta ahí llegaron los rumores y nunca más, hasta la conclusión del proyecto, se volvió a hablar de este asunto.

Pino sustituyó a Cesar Poloni como jefe de la Unidad de Formación de ACTRAV y fue el hombre importante para interceder al interior de la OIT en lo concerniente a las relaciones del proyecto con otras jefaturas, áreas de responsabilidad, coordinación y cumplimiento de un mundo de papeles y deberes. La maquinaria de la OIT, el temple de Luis y el acople de estas esferas de influencia recíproca eran indispensables, al punto de que Pino una vez me dijo:

–El éxito de este proyecto estriba en tu relación con Luis. Sin esto hubiera sido muy difícil llevarlo a delante…

Yo, después de trabajar en la OIT por más de quince años, hoy respondo atrasado, pero con mayor justicia:

–Pino, el éxito del proyecto en buena parte fue precisamente por el respaldo y cobertura que vos siempre nos brindaste.

.Epílogo

Lo narrado aquí es testimonial, subjetivo, no sigue ningún orden cronológico. Es posible que otros protagonistas aludidos encuentren imprecisiones que mi memoria no haya registrado con exactitud. También faltan nombres y anécdotas de amigos que no cité y con los cuales quedaron lazos indisolubles. A todos disculpas. Mi única justificación es que lo expuesto tiene como razón de ser sacar del pecho lo que mejor guardo, lo que compartí durante esa primera década de la ORIT, lo que fue el paso por México, lo que significó para mí y mi familia… un cambio que marcó la vida de todos.

Cuando salí de México, flotó un acuerdo tácito de continuar escribiendo esta historia. Luis me dijo:

–San José de México queda a solo tres horas… Seguiremos en contacto…

GERARDO CASTILLO HERNANDEZ

San José Costa Rica, septiembre del 2018

 

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