Empecé a trabajar en el departamento internacional de la CGIL a fines de 1987, técnicamente a cargo de los países de habla inglesa, pero en realidad -como aprendí unos meses más tarde- para apoyar la transición que Bruno Trentin – más que cualquier otro- tenía en mente para incorporar a la CGIL en la familia de la CIOSL.
Yo provenía de la componente minoritaria socialista y había trabajado para el grupo socialista en el Parlamento Europeo (en aquella época no sabía que Bruno en su juventud había pasado sus años en la Resistencia, en el grupo “Justicia y Libertad”, que derivó sus principios de los hermanos Rosselli, socialistas florentinos asesinados brutalmente por los fascistas en su exilio francés, el mismo pais donde Bruno nacio porque su padres tambien estuvieron exiliados por su antifascismo).
Esta larga introducción personal es relevante en el contexto del homenaje a Luis Anderson, no por mí obviamente, sino para entender cómo los dos líderes, Anderson y Trentin, quienes luego se juntaron para escribir “Norte-Sur. Trabajo, Derechos y Sindicato en el Mundo” en 1996, habían (cada uno) empezado un camino en dirección a una nueva visión del sindicalismo global, mucho tiempo antes de la caída del Muro de Berlín. Yo considero que los principios de “Justicia y Libertad” eran íntimamente compartidos por los dos.
El primer encuentro formal con los líderes de la CIOSL fue en abril de 1988, durante el Congreso en Melbourne, Australia, donde por primera vez la CGIL fue aceptada como observadora, gracias al trabajo fraterno de la CISL, la UIL y otros sindicatos que estaban colaborando con la organización al nivel europeo (CGIL ya era parte de la CES en esa época), y el enorme compromiso personal de Emilio Gabaglio y Enzo Friso.
Yo estaba bajo mucha presión, teniendo que manejar una delegación que incluía a los jefes principales del Sindicalismo Italiano: Bruno Trentin y Ottaviano del Turco de CGIL; Franco Marini y Angelo Gennari de CISL; y Giorgio Benvenuto de UIL. Lo que más me acuerdo del Congreso es que allí empezó un verdadero diálogo entre varias organizaciones (aunque limitado por la nueva e inestable situación de la CGIL, que estaba todavía en un período de escrutinio).
AFL-CIO estaba probablemente entre los más fuertes opositores de esos diálogos, y muchos de la CGIL desconfiaban que ello se proyectara hacia la ORIT. Por eso, en un balance posterior, fue muy estimulante ver que el sindicalismo latinoamericano empezó a entender la evolución del sindicalismo de Occidental (sin asociarlo a la simplista ecuación de la Guerra Fría), al tiempo que los europeos empezaron a aprender de la nueva visión y prácticas que Luis Anderson estaba construyendo para la ORIT, dando esperanza al futuro movimiento.
En 1990 me mudé a los Estados Unidos, con el fin de difundir los servicios de la CGIL para los trabajadores migrantes y apoyar de manera discreta los contactos con AFL-CIO. Ello incluía desde los contactos formales con Lane Kirkland hasta la relación abierta y positiva con John Sweeney. Seguí de lejos la entrada de la CGIL en la CIOSL, que fue conducida por los compañeros del Departamento Internacional. Yo estaba feliz discutiendo estos progresos con Bruno durante sus visitas regulares a Nueva York y Washington, donde los compromisos sindicales se mezclaban con su amor por la vida cultural estadounidense y donde podía disfrutar de sus recuerdos del tiempo que pasó cuando era joven en los Estados Unidos, estudiando un doctorado en leyes en Harvard inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
En esa época, no sabía que en 1998 mi camino se cruzaría de nuevo con la CIOSL, cuando una llamada a Nueva York de Giacomo Barbieri me avisaba que presentarían mi candidatura a Directora Adjunta de la oficina de la CIOSL en Ginebra y, como tal, sería parte del Secretariado del Grupo de los Trabajadores en la OIT.
Fue durante ese tiempo en que comencé realmente a conocer a Luis Anderson, quién era una presencia constante en el Consejo de Aministracion y en la Conferencia Internacional del Trabajo.
Sus intervenciones en el Grupo de los Trabajadores -que se estaba convirtiendo cada vez más claramente en un referente en cuanto a derechos laborales y globalización-, y su defensa del sindicalismo libre y de la democracia en el mundo, y en América Latina en particular – eran siempre una fuente de reflexión apreciada por todos, y ciertamente por mí, intentando entender los mecanismos de la OIT y cómo aprovechar mejor la afirmación de los derechos sindicales.
Tengo que decir que Luis destacó no sólo por su fino intelecto y sus modales encantadores de un verdadero caballero caribeño, sino también por su amistad, afecto y alegría. Guardo con cariño una foto de él y Bill Brett, en esa época portavoz del Grupo de Trabajadores, riendo juntos al final de una de esas largas sesiones del Consejo de Aministracion: atendiendo la llamada del deber hasta el final, pero sin dejar que las duras negociaciones dañaran la interacción personal positiva, afirmando la sensación de ser compañeros.
El hecho de que todo eso estaba pasando después de la elección para Secretario General de la CIOSL que Luis debería haber ganado fácilmente y sin controversia, y que sin embargo perdió contra los poderosos habituales, le dio una real aura y un inmenso prestigio, porque todos sintieron que se había cometido una injusticia tanto a él en lo personal, como a su intento de acelerar la transformación del movimiento sindical internacional.
Posteriormente, he reflexionado que de alguna manera las llegadas al Secretariado del Grupo Trabajador a Ginebra del primer africano, Dan Cunniah, y de la primera mujer de un sindicato progresista, en mi caso, estaban ciertamente influenciadas por los profundos sentimientos de desazón que el movimiento global estaba sintiendo después del rechazo de la candidatura de Luis: esta es entonces una razón más para mi homenaje.
Como lo mencioné cuando envié mis condolencias a su familia, una de los recuerdos que aprecio más de Luis es una copia de su libro “Norte, Sur”, que me dio en julio de 1996, con las siguientes palabras: “Querida Anna, con mis mejores deseos de amistad y fraternidad y la esperanza que la publicación sirva como elemento de consulta y discusión. Luis Anderson”.
Puedo decir con certeza que “Norte, Sur” sirvió para muchos de nosotros no solo como tema de discusión en esa época, sino que sigue siendo una de las lecturas necesarias para entender el cambiante mundo del trabajo y los procesos industriales; para intentar construir una verdadera solidaridad (algo que es fácil de decir, pero que frecuentemente se rompe en la práctica por la ventaja que tiene el capital para modelar la globalización); y también para construir alianzas estratégicas entre los sindicatos del Norte y del Sur alrededor de una agenda común.
El nacimiento de la CSI, dirigida por Guy Ryder, y un esfuerzo colectivo entre regiones, CIOSL, CMT y organizaciones no-afiliadas, sigue siendo el punto focal de la actual agenda en desarrollo.
Extrañamos a Bruno y a Luis a diario, ambos se fueron demasiado pronto, pero sus contribuciones al movimiento, combinadas con el tierno coraje de sus vidas y su ejemplo de ser personas de altos principios más allá de todo, permanecen como lecciones que nuestra generación fue extremadamente afortunada de tener.
En el año del centenario de la OIT, cuando la acción sindical más que nunca no se puede limitar a la esfera nacional, ellos nos llaman a un compromiso renovado con el principio fundador de la OIT de “justicia social”, tratándose ahora de justicia social global.
Pienso en Bruno Trentin cuando tenía 17 años siendo capitán del batallón “Justicia y Libertad» en 1944, y cuando era uno de los Secretarios Italianos de la FLM (la Federación unitaria de Trabajadores del Metal, que en los años 70 lideró con una fuerza increíble las voces de los trabajadores italianos). Pienso en Luis quien nació tres años antes, en 1941 y desarrolló su conciencia sindical en Panamá, posiblemente el lugar perfecto para entender y reconectar las idiosincrasias del Norte y del Sur. Luis había tenido una carrera política (al igual que eventualmente Bruno,) y eso le sirvió para entender perfectamente que el verdadero sindicalismo no puede ser simplemente un ejercicio corporativista para defender a pocos, sino que tiene que ser una acción transformadora para la mayoría, ferozmente independiente en términos de libertad sindical y no gregario del poder, siempre abierto a construir alianzas democráticas.
Mi deseo es que el legado de Luis Anderson siga siendo una brújula permanente para el mapa global de la solidaridad y la acción sindical en los años futuros: la Fundación que recuerda su nombre nos brinda esperanza a aquellos que fuimos afortunados de conocerlo y aprender a través de él, y a las generaciones venideras.
Anna Biondi Bird, Ginebra, octubre 2018