Sentado en una silla de barbero, acicalándose un voluminoso afro que portaba en la cabeza, es una de las tantas imágenes que guardo en la memoria de Luis Anderson. Creo que esta, en particular, ha logrado asentarse con cierto grado de prelación con respecto a otras. Esto quizás se deba al hecho de que aquella tarde, en esa barbería, muy concurrida por la época, ubicada en el barrio San Miguel, habitado principalmente por panameños de ascendencia antillana, fue la primera vez que Luis y yo nos cruzábamos un saludo en un entorno tan coloquial. Ciertamente, nos habíamos visto anteriormente, en varias oportunidades. Pero nuestro encuentro esa tarde de inicios de la década de 1980, fue la antesala de otro que tendríamos poco tiempo después, ya en un plano formal, pues habría de corresponderme transmitirle una solicitud trascendental del movimiento social afropanameño de aquel entonces. Se trataba de que nada más y nada menos que el ampliamente reconocido y respetado dirigente sindical, como en efecto ya lo era Luis Anderson, presidiera el Primer Congreso del Negro Panameño, un acontecimiento sin precedentes, en la historia del país.
Esa tarea que se me encomendó, a mis entonces escasos 28 años edad, ha sido una de las más gratificantes realizada en mi vida. En una sola sentada, y habiendo explicado en sus contornos más generales el sentido y los objetivos del congreso que se tenía previsto organizar, Luis Anderson, sin titubear, aceptó asumir la propuesta. El dirigente sindical cuya participación en el proceso de negociación de los Tratados Torrijos-Carter había sido cardinal para la salvaguarda de los intereses de los trabajadores panameños de las bases militares norteamericanas de la antigua Zona del Canal, ahora se colocaba al frente del cónclave más representativo que desarrollaría la población afropanameña, en su devenir histórico.
El 1º Congreso del Negro Panameño obedecía a una necesidad real y palpitante de una parte de la sociedad panameña. Fue el resultado de un proceso de acumulación de sostenidas luchas de distintos sectores organizados de la población afropanameña, quienes de una forma u otra intentaban brindarle algún tipo de respuesta a las variadas expresiones de la cuestión étnica y racial en el país, con el entendimiento que, en efecto, éste era (y sin duda lo sigue siendo) un asunto trascendente para hombres y mujeres cuya ciudadanía plena, históricamente, ha tenido que sortear un mar de dificultades, por razón de su genealogía africana.
Recuerdo el ambicioso temario que se impuso el Congreso. Las discusiones pasaron por temas como: Los aportes del negro a la cultura nacional; el negro y las luchas socio-políticas en Panamá; Antillanos y Coloniales; problemas del trabajador panameño en las Áreas Revertidas y militarmente ocupadas en la franja canalera; las relaciones del negro panameño con otras minorías raciales; y la lucha internacional contra la discriminación racial y el apartheid.
Una mesa directiva, con distinguidos dirigentes afropanameños(as) fue integrada para guiar las sesiones. Como vicepresidentes actuaron: Gerardo Maloney, destacado sociólogo, poeta y cineasta; Graciela Dixon, para entonces una muy sobresaliente voz en pro del movimiento popular; Eugenio Barrera, valeroso impulsor de la Marcha del Hambre de Colón; Woodrow Bryan (+), fogoso dirigente popular forjado en las bananeras de Bocas del Toro; Harley James Mitchell, ahora exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia; Karl Austin, un muy prestigioso galeno e investigador; George Fisher (+), quien entre otros cargos públicos había fungido como Agregado Laboral en la Embajada de Panamá en Washington, D.C.; Luther Thomas (+), para la época, miembro del Buró Político del Partido del Pueblo; y George Priestley (+), prolijo académico e investigador social. El desaparecido Dr. Diógenes Cedeño Cenci, insigne ex Rector de la Universidad de Panamá, fue el Presidente Honorario de la histórica reunión.
Ese fue el elenco junto al cual se colocó Luis Anderson; él lo presidiría, con plena convicción de que un congreso de negros era un asunto de inobjetable pertinencia, en esa etapa de desarrollo de la nación panameña.
Tres días de enriquecedores debates, y una gama de resoluciones adoptadas por los participantes en ese Congreso, marcaron la ruta del movimiento social afropanameño en los años que se sucedieron, y sentaron las bases para el 2° y 3° Congreso del Negro Panameño, celebrados en septiembre 1983 y noviembre 1988, respectivamente.
Creo que todos los que conocimos a Luis Anderson en la cercanía, siempre supimos, sin atisbo de duda, que ese cabello afro que siempre lució con un toque personal inconfundible, era un símbolo de autoafirmación identitaria.
Pues así, consecuente con aquel simbolismo que expresaba su cabello natural, frondoso; el mismo que se acicalaba esa tarde, de grata e inolvidable recordación para mí, Luis Anderson prestigió con su figura pública de talla mayor, ese importante esfuerzo organizativo de sus congéneres panameños de piel oscura, que buscaban caminos de avance hacia mejores días.
Con el pasar de los años, mi relación con Luis Anderson se fue fortaleciendo. En lo personal, siempre lo llamé por su nombre de pila. Pero al cabo de un tiempo, tomé conciencia que para buena parte del movimiento sindical Internacional donde él se desenvolvió hasta su último aliento, era «El Negro Anderson» -fueron muchísimas las ocasiones en que escuché ese apodo- Siempre percibí en esa frase el cariño, amor, y respeto que sus compañeros y compañeras le dispensaban a un gran ser humano, que siempre se reconoció a sí mismo en la profunda dimensión de su identidad étnica, al cual mantuvo un apego irreductible. Razón no les faltaba, a todos aquellos que le colgaron ese patronímico, que ahora he tomado prestado como título para esta breve remembranza de un Hermano mayor.
Alberto S. Barrow N. Panamá