En 1990 estaba con Bruno Trentin, entonces Secretario General de la CGIL, en Ciudad de México. Bruno había sido invitado a tener una “lectio magistralis” en la CTM y la UNAM. Cuando fuimos al imponente edificio de la CTM, en la Plaza de la Revolución, que en aquellos años fue la sede regional de la ORIT, lo que en ese entonces se llamaba el regional para las Américas de CISL Internacional, ahora CIS, nos cruzamos por casualidad en el ascensor con Luis Anderson quien, con gran espontaneidad, nos invitó a su oficina.
La CGIL aún no estaba formalmente afiliada a la CISL Internacional (lo hará en 1992). En ese periodo su solicitud de afiliación estaba siendo escrupulosamente analizada por los sindicatos afiliados a veces y sobre todo por los italianos, de manera no benévola. Todavía estaban marcados por un fuerte anticomunismo que la caída del Muro de Berlín no había borrado.
El pequeño gesto de Luis hacia la CGIL, fuera de los esquemas dictados, incluso en los sindicatos, de la «guerra fría» reveló lo que siempre consideré uno de los aspectos más característicos de su figura humana y líder sindical. Luis se acercó a los demás sin ningún prejuicio con una mirada participativa, reflexiva y «cosmopolita», al mismo tiempo atenta a la historia y la vida cotidiana.
Desde entonces ya se daba cuenta que las antiguas distinciones ideológicas y las barreras nacionales, en un mundo global, estaban perdiendo su valor vinculante, especialmente para las trabajadoras y trabajadores del norte y del sur del mundo que tenían que enfrentar nuevos desafíos y encontrar formas innovadoras de agregación para construir una nueva solidaridad internacional.
Luis estaba firmemente convencido de que la marea de la globalización tenía que ser gobernada no en una lógica de oposición, buscando un enemigo, sino más bien desde la práctica y con una lógica social inclusiva. El instrumento por excelencia que consideraba indispensable para que progresara fue el diálogo social, del cual siempre fue un gran defensor.
En este sentido, el «sindicalismo sociopolítico» de Anderson se combinó con la «unión de derechos» que Trentin había lanzado en aquellos años.
En un largo diálogo con Trentin, en el cual estuve presente, publicado en un libro en 1996, Anderson apoyó la urgencia del sindicato mundial de equiparse no sólo con nuevos contenidos sino también con una nueva articulación de su estructura a nivel regional. En este punto, en perfecta armonía con Trentin, quería una estructura libre de las viejas burocracias. Esto para evitar el riesgo de que la oposición entre capital y trabajo se convirtiera en un enfrentamiento y competencia ciega entre los trabajadores del norte y del sur, acelerada por los acuerdos de libre comercio que buscaba la OMC. Luis argumentó que frente a un escenario tan dramático «los trabajadores del sur del mundo no se suicidarán» y «buscarán una estrategia de supervivencia, ante lo que podría conducir a una separación entre la clase trabajadora del norte y del sur del mundo».
En conclusión, Anderson, a través del conocimiento racional de los procesos en curso en el mundo del trabajo y en el sindicato y en la perspectiva de una responsabilidad socialmente arraigada, utilizando el optimismo de la voluntad, que siempre lo distinguió, mantuvo que en el «mediano plazo» se formaría una nueva estructura internacional para evitar una ruptura tan dramática.
Me gusta pensar que el «mediano plazo» de Luis llega a buen término a los 15 años de su desaparición.
Nana Corossacz, Roma, septiembre 2018.