El presente testimonio sobre Luis Anderson tiene un solo propósito. Reconocer la enorme obra aportada por una de las mayores personalidades del sindicalismo de Nuestra América. Esta afirmación se basa en función de apreciar en su justa dimensión a una figura de proyección continental; a un líder que supo construir las condiciones institucionales para sostener la agenda de reivindicaciones democráticas, políticas, económicas, sociales y laborales; a un dirigente que supo diseñar y concretar una organización continental en la cual se sintieron representados los trabajadores y las trabajadoras de todo el continente; a quien guió el proceso de fortalecimiento y consolidación de sindicatos, centrales y secretariados profesionales a lo largo y ancho del continente. Para decirlo en breve: con la pasión y tenacidad puestas de manifiesto en el desempeño de sus altos cargos en la ORIT, Luis Anderson logró fraguar el espacio más sólido de organización y de unidad de la clase trabajadora americana en toda su historia.
Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y tratarlo supimos de su infatigable disposición al trabajo –o, lo que es lo mismo, la lucha; de sus cualidades organizativas; de su capacidad analítica; de su agilidad mental; de su verba sólida e inflamada; de sus bien arraigadas convicciones ideológicas; de su enorme predisposición para aprender a partir de la observación de la realidad y de sus lecturas.
Siempre se supo rodear por gentes capaces, lúcidas y leales: son una prueba de ello el veneciano Giusseppe Querenghi, el platense Julio Godio, el colombiano Beethoven Herrera y el tico Gerardo Castillo, quienes siempre permanecieron a su lado escuchándolo y aconsejándolo. Los atendía con atención, pero también les sabía responder con la solvencia y la seguridad de su sólida formación política y su agudo conocimiento de los insólitos repliegues del alma humana en su versión individual y colectiva.
Caminaba, hablaba y discutía con la misma facilidad y desenfado en el rincón de la sede del más humilde y austero sindicato de nuestra América Central o del Caribe inglés, que en las mullidas alfombras de los no menos confortables salones del FMI, el Banco Mundial, el BID o la OIT, o en los acomodados espacios de muchos sindicatos y centrales de Argentina, Brasil o México
De todos los Luis Anderson que conocí, me quedo con el gran estratega americano forjado en sus últimos veinticinco años de militancia y de vida –que al final de cuentas en él fueron lo mismo; su enorme legado será difícil de igualar. Tuve tratos con él cuando fue vice ministro y ministro de trabajo de Panamá y cuando integró el directorio de la autoridad del Canal; cuando llegó a México para hacerse cargo de la ORIT en tiempos de don Fidel Velázquez, en oficinas cedidas por la CTM en la calle de Vallarta, Colonia Tabacalera, y en Cuernavaca donde promovía las primeras actividades de formación sindical de carácter regional; y de manera continuada a partir de su instalación en la nueva sede de la Organización en Caracas a mediados de los 90’s. Las huellas de sus enormes tenis han quedado registradas en todos los confines del continente. Logró que su imponente altura se convirtiese en un plus que le posibilitó ver siempre el mediano y el largo plazo; o, lo que es lo mismo, que la chatura de miras nunca lo llevasen a que las situaciones coyunturales lo enredasen en lo circunstancial, efímero, pequeño o intrascendente.
¿Cuáles fueron los aportes de Luis a la causa de los trabajadores americanos? A mi criterio, fueron por lo menos dos. Por un lado, el rediseño ideológico de la ORIT. Por otro, haber hecho posible el más inclusivo modelo de organización que jamás hayan alcanzado los trabajadores americanos hasta entonces.
El primero de esos aportes se refiere a la refundación de la ORIT de la mano de Luis Anderson desde mediados de la década de 1980. Como muchos recordarán, hasta los años 70 y comienzos de los 80 del siglo pasado, la ORIT era vista como una organización frágil, que había perdido tonicidad muscular, presencia y vitalidad; con una poco relevante actividad en los países del sur: Para muchos, carecía de visión y de misión en esas circunstancias históricas; las principales centrales no tenían una vida activa en sus labores. A ello se sumaba (o, mejor dicho, se restaba) el significativo peso específico que había adquirido desde los años cuarenta y cincuenta la AFL/CIO norteamericana en la Organización; ello era observado con no poca preocupación y recelo por muchos de los principales sindicatos y centrales, sobre todo del cono sur del continente. Según algunos, en la agenda “reivindicativa” de aquella ORIT pesaban más las cuestiones referidas a la Guerra Fría que a forjar una propuesta que reflejase las condiciones de vida y de trabajo de las grandes mayorías.
El foco de atención que impuso Luis se fue modificando en la medida que supo advertir un nuevo conjunto de hechos relacionados con la renovación de la imagen y la realidad de la ORIT que se comenzaba a registrar en los países de la América del Sur. Por un lado, las dictaduras militares comenzaban a tocar a su fin; por otro, se venía experimentando una actuación de las organizaciones sindicales internacionales (fundamentalmente europeas) en favor de la recuperación de la democracia y la plena vigencia de las libertades sindicales. En particular, supo darse cuenta, sobre todo en lo que acontecía en el sur, a partir de la actuación y la firme prédica que los sindicatos europeos de la CIOSL imprimieron en esos años en favor de la recuperación de la democracia sindical y el cierre del período de las cruentas dictaduras. Así, cabe reconocer que las organizaciones de los trabajadores europeos (los nórdicos, los alemanes, los italianos, los españoles…) jugaron un papel decisivo en la reconstrucción de las centrales sindicales en los últimos años de las dictaduras de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay. Y al no menos firme apoyo a la constitución de la “Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur”. No se puede dejar de evocar en este testimonio el compromiso que se echó sobre sus hombros en estas andanzas la UGT de España (Nicolás Redondo, secretario general); en esa central los sindicatos americanos encontraron en Manuel Simón Velasco, secretario de asuntos internacionales de la UGT a uno de los más entusiastas y solidarios sindicalistas que trabajaron denodadamente por la reconstrucción de las organizaciones sindicales diezmadas por más de una década de represión y exilio.
Al mismo tiempo, también desde sus posiciones en la ORIT, Anderson comenzaba a asumir un liderazgo en cuanto a denunciar el papel que la deuda externa y las políticas económicas de ajuste comenzaban a impactar negativamente sobre las condiciones de vida de las poblaciones trabajadoras americanas. Junto a la CIOSL, la ORIT organizó la Conferencia sobre “Nuevos enfoques sobre la crisis” (Cuernavaca, 1984). A continuación, la Conferencia sobre “Deuda Externa y Crisis Económica” (Buenos Aires, 1986) convocada bajo el lema “Primero el Pueblo. Después la Deuda” marca un punto de relanzamiento de la ORIT conducida por Anderson. Relanzamiento en términos ideológicos y organizativos. Un nuevo sindicalismo que comenzaba a reclamar y exigir un lugar protagónico en las discusiones de las políticas económicas, sociales y laborales de los respectivos países. Se comenzaba a acuñar el concepto de sindicalismo sociopolítico a fin de enfrentar los profundos y vertiginosos cambios que se operaban en el orden económico y su influencia sobre los sistemas de relaciones laborales y condiciones de vida de los trabajadores y las trabajadoras. Se postulaba una estrategia sindical basada en el pluralismo ideológico de las organizaciones sindicales; estrategia que procuraba establecer una plataforma reivindicativa en torno a la construcción de sistemas democráticos donde se respondiesen a las demandas políticas, económicas y sociales de los pueblos. El nuevo sindicalismo que impulsaba Anderson partía del reconocimiento de la heterogeneidad y coexistencia de la diversidad económica y geográfica de los países americanos, de los estilos de desarrollo adoptados, de la existencia de mercados laborales que reflejaban la realidad económica de los países que integran Nuestra América. De la complejidad de los mercados de empleo en términos de las categorías de los trabajadores (estables, precarios, jóvenes, mujeres…). En definitiva, de lo que se trataba era de establecer un sindicalismo basado en la autonomía sindical, el pluralismo ideológico y los diferentes niveles de desarrollo socioeconómico alcanzado por los países.
Una alianza entre (a) las propuestas de Anderson en una renovada ORIT, (b) las fórmulas de unidad adoptadas por las centrales sindicales del sur en torno a la citada Coordinadora de Centrales Sindicales, y (c) la activa participación de las organizaciones fraternas europeas, lograron reconfigurar la imagen y el rumbo ideológico de la ORIT en el continente americano. En otras palabras: fue el estilo y modelo de conducción impresos por Luis Anderson los que posibilitaron cambiar la cara de esa organización regional de trabajadores; se superó en el imaginario colectivo la visión de una ORIT apéndice de la vieja AFL/CIO, hacia una organización consustanciada con las reivindicaciones autóctonas; una organización independiente, que construyó una plataforma continental que respondía a las reivindicaciones de los trabajadores y las trabajadoras de la región.
En segundo término, y tal como se deduce de lo expuesto más arriba, el renovado modelo de organización que se impuso la ORIT está Indisolublemente ligado al proceso de transformación adoptado por la dirigencia de la ORIT con Anderson en la conducción. El mérito de Luis y los compañeros que colaboraban con él, fue haber intentado edificar una central que cobijara a la gran mayoría de las centrales sindicales de todo el continente, independientemente de su peso, su radicación geográfica, orientación ideológica. Primaban como imperativos alcanzar a posicionar una Organización pluralista, diversa, legítima; donde imperaba el respeto por las ideas y estrategias, y donde se procuraron evitar todo tipo de posicionamientos hegemónicos.
Para decirlo de una vez, no creo que nadie hubiese podido acometer la hazaña de convocar en el seno de una organización regional a centrales y sindicatos de peso y de procedencias tan distantes y diversas como las centrales de cualquiera de los países del istmo centroamericano o del Caribe de habla inglesa, junto a las poderosas centrales de México, Argentina, Brasil… No he visto en mis lecturas y mis vivencias a ningún dirigente continental que pudiese exhibir el poder de convocatoria, la capacidad de registro, la sensibilidad, la paciencia para hacerse eco de planteos o fórmulas o reclamos como los que admitía Luis Anderson en su calidad de titular de la ORIT. Y las distancias no eran solo en términos geográficos o de tasa de afiliación o de matices ideológicos. Luis supo terciar con particular maestría, sobre todo, en las internas de los propios países; es de todos sabido que prácticamente no existen centrales únicas en el continente -salvo contados casos como el del PIT/CNT en Uruguay, la COB en Bolivia y la CTC en Cuba.
A mi criterio, debe valorarse que fue Luis Anderson, el electricista panameño originario de los talleres de mantenimiento del Canal e hijo de padre jamaiquino, quien tuvo la clarividencia de metas, la vocación por el diálogo, la perseverancia en la actuación, el respeto por el otro, la tolerancia y la autoridad moral que hicieron posible la participación activa y respetuosa, en torno a la unidad de acción, de líderes poderosos, centrales influyentes, sindicatos de trayectoria. Insistamos: hasta su llegada nadie logró lo impensado, pero anhelado por todos: sentar en una misma mesa a actores tan distintos, de cuño ideológico diferente, de desarrollos organizativos tan dispares y de tan disímiles posiciones de poder sindical y político en sus respectivos países. Bajo el liderazgo de Luis Anderson la ORIT se convirtió en la más amplia y representativa central sindical regional del continente. No cabe duda alguna: lo hecho por Anderson en la ORIT fue una hazaña colosal.
El proceso de expansión fue una constante desde su llegada a la ORIT; y en esas labores lo encontró la muerte en su escritorio de Caracas. Sobre todo, su personalidad hizo posible movilizar de manera continuada y consensuada a un conjunto cada vez más amplio y representativo de los trabajadores de todo el continente americano. Eventos de todo tipo cimentaron la fortaleza de la ORIT: nacionales, subregionales, regionales, internacionales, sectoriales. No se escatimaron esfuerzos por alcanzar una voz que registrase la diversidad de reivindicaciones, las coyunturas nacionales, las orientaciones ideológicas muchas veces antagónicas. La imaginación y audacia de Luis lo llevó a establecer modalidades de trabajo y generación de institucionalidades que garantizasen la permanencia de sindicatos y centrales. Fue así como la ORIT generó Conferencias, Congresos e iniciativas de todo tipo a las que se convocaban a las centrales en todos los rincones de la región. Y la otra fórmula de actuación que alcanzó en su época una relevancia poco conocida hasta entonces, fue la actuación de los Secretariados Profesionales, que atendían las demandas sectoriales de una amplia gama de actividades económicas. Los Secretariados de la región americana se articularon con los secretariados a nivel mundial, siguiendo la pauta de cómo lo hacía la ORIT con la CIOSL.
A partir de lo expuesto más arriba, puede resumirse que coexistieron en Luis Anderson dos cualidades a lo largo de su vida y de su militancia, sobre todo cuando uno se refiere a su actuación en el movimiento obrero internacional. Luis fue un exquisito artesano que supo enfrentarse al tejido de la historia que le tocó vivir con una especial finura, tacto, delicadeza, precisión y contundencia: logró amalgamar lo que hasta ese momento resultaba ser uno de los más preciados anhelos de la dirigencia sindical: contar con una organización sindical regional fuerte y poderosa. Su habilidad de orfebre permitió generar avances notables y espectaculares en esa dirección. La otra cualidad apuntada tiene que ver con el líder que, además de “hacer las tareas” cotidianas, dedicaba mucho de su tiempo y de sus energías para mirar el mediano y largo plazo; para entender el mundo del futuro; para analizar el impacto que tendrían los nuevos desarrollos productivos en la vida y el trabajo de los pueblos de América.0
Desde su llegada a la ORIT Anderson asignó buena parte de su tiempo a pensar en la revolución científico tecnológica que ya estaba modificando radicalmente la configuración del trabajo y la producción en los países en desarrollo; él tenía claro que su impacto sobre la economía de los países de la región no se demoraría demasiado tiempo en llegar. Fue de los primeros en preocuparse, dentro de las filas del sindicalismo americano en cuanto: (a) el impacto sobre la organización del trabajo, (b) la repercusión en los sistemas de relaciones laborales, (c) el papel del sindicato, (d) las condiciones de vida y de trabajo que iban a prevalecer en el futuro (estamos hablando de los años 80).
A raíz de sus lecturas y reflexiones, comenzaban a rondar por su cabeza un conjunto de preocupaciones en torno a lo que él anticipaba iba a ocurrir en el ordenamiento económico de nuestros países a partir de la introducción de innovaciones productivas “duras” como la microelectrónica, los nuevos materiales, las tecnologías de la información y la comunicación, la biotecnología… En esa misma línea, también preocupaban a Luis otro conjunto de innovaciones –las “blandas”- en términos de las transformaciones del trabajo humano en la empresa, en cuanto a las tareas, a su contenido y a la organización de las mismas. Ya estaban incorporándose a la gestión de los procesos de trabajo los esquemas de la calidad y la flexibilidad, los equipos de trabajo, las cadenas productivas…
Decía Anderson: “La globalización de la economía y el desarrollo de las nuevas tecnologías, junto con una política desreguladora en el sentido clásico por parte del Estado, transforman los parámetros de la capacidad negociadora de las organizaciones sindicales. Paralelamente, la aplicación de las innovaciones tecnológicas en el proceso de trabajo está generando una metamorfosis del obrero como sujeto, tanto en su forma individual como colectiva”. Y agregaba: “Lo anterior requiere del movimiento sindical una estrategia reivindicativa acorde con las nuevas condiciones y relaciones económicas mundiales, al mismo tiempo que actúe en dirección de las expectativas de un nuevo sujeto de trabajador. Los elementos básicos del sindicalismo sociopolítico deben reflejar estas dos vertientes”.
Tuve la suerte de acompañar a Luis y a la ORIT de esos años en algunas de estas iniciativas. Una de las más importantes de ellas fue en el marco de la ejecución de un proyecto de asistencia técnica de la OIT y la ORIT que tuvo enormes repercusiones a nivel regional y nacional. Esa iniciativa tenía el propósito de generar un programa de cooperación con la ORIT y sus centrales y sindicatos afiliados para analizar el impacto de la globalización y la revolución científico tecnológica sobre el empleo, las calificaciones ocupacionales, la formación profesional; y, en general, sobre la organización sindical, las relaciones laborales y las condiciones de vida y de trabajo.
En este campo, fui un privilegiado al ser invitado a colaborar con la comisión de organización y relatoría del primer evento de carácter internacional que trató el tema en la región; el mismo fue convocado por la ORIT, la OIT y las centrales sindicales italianas; se lo denominó “Crisis económica y revolución tecnológica. Hacia nuevas estrategias de las organizaciones sindicales” (Río de Janeiro, Brasil 15/19 de noviembre de 1988). El eje del congreso fue analizar los principales nexos causales entre la cambiante situación económica mundial y la crisis económica y social de los trabajadores. Este encuentro multitudinario, al que asistieron sindicalistas de América y de Europa, fue convocado en el marco del proyecto de asistencia técnica de la OIT y la ORIT arriba citado. En esta oportunidad, el pensamiento de Anderson alcanzó el nivel de un estadista: logró articular los lineamientos básicos sobre los que venía operando la Organización –lucha contra el pago de la deuda externa a expensas del bienestar de los trabajadores y adopción del sindicalismo sociopolítico como estrategia reivindicativa- con los desafíos que implicaba la revolución científico tecnológica (la que se llamaría pocos años después la tercera revolución industrial) y la reconfiguración de la organización del trabajo. Todo ello en el marco de su gran preocupación: la unidad de acción del sindicalismo y el incremento de participación de los trabajadores en la transformación social y económica.
Desde ese proyecto dirigido por Gerardo Castillo se impulsaron múltiples estudios, reuniones técnicas, y sobre todo, se fortaleció la capacidad de investigación y análisis de algunas de las centrales que se mostraron interesadas en la materia. Los ejemplos que pude seguir más de cerca se relacionaron con el denominado “El movimiento obrero ante la innovación tecnológica y la reconversión productiva”, dirigido por Leonard Mertens y promovido por la Confederación de Trabajadores de México y las investigaciones que comenzaba a auspiciar el Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos –DIESSE- desde el sindicalismo brailero. El proyecto, que era seguido de cerca en su ejecución y operaba con un firme respaldo de Luis, también innovó en materia de cooperación técnica; dejó de ser un proyecto clásico de formación de cuadros para (a) fortalecer espacios específicos dedicados a la investigación social, económica y laboral en centrales y sindicatos, (b) la realización de investigaciones sobre reconversión productiva y el mundo del trabajo, (c) la documentación de experiencias promovidas desde las organizaciones sindicales, y, en particular, (d) se difundieron por diversos medios los resultados avanzados desde el proyecto.
Como dijera más arriba, mi relación con Anderson se remonta hacia inicios de los ochenta en Panamá. Pero la que reconozco como más intensa y fecunda se desarrolló en la década 1995 a 2006; esto es, cuando me tocó en suerte dirigir CINTERFOR/OIT.
En términos personales, debo admitir que, en primer lugar, Luis jugó un papel importante en el proceso de selección efectuado por la OIT para llenar la vacante de la dirección del Centro. Nunca me habló del tema, ni me lo recordó o sugirió; los que lo conocieron reconocerán que jamás lo hubiese hecho. Pero sé perfectamente que él y la ORIT contribuyeron decisivamente con su respaldo en mi designación en las distintas instancias decisorias de la OIT. Desde los inicios de mi gestión se estableció una relación cordial y fecunda por la que guardo la mayor satisfacción y los mejores recuerdos. No nos unió la amistad en esos años; él era el Secretario General de la ORIT; yo, un funcionario público internacional con responsabilidades claramente establecidas. Sin embargo, o tal vez por ello mismo, debo decir que fue una época donde se alcanzaron resultados beneficiosos para ambas partes.
Nos veíamos con frecuencia en eventos de la OIT y de la ORIT; siempre en las Américas. Allí evaluábamos lo hecho, y tratábamos de diseñar las acciones futuras. Cuando la ruta estaba trazada, avanzaban las acciones de manera formal e institucionalizada. Tan es así, que él designó a los dos interlocutores de la Organización con quienes construimos una frondosa agenda de cooperación. Carlos Rodríguez, secretario general de la CUT de Colombia, y Alvaro Orsatti de los equipos técnicos más cercanos a él en la ORIT. Estos dos entrañables compañeros dieron seguimiento a las labores y creo que, en buena medida, son responsables de muchos de los aciertos de lo que CINTERFOR condujo en esa larga década.
Nunca como durante esos años, la representación de los trabajadores jugó un papel tan activo en las instancias de participación formal del movimiento obrero organizado en la vida del Centro. Así, la “bancada” de los ocho sindicalistas designados por el Consejo de Administración de la OIT ante la Comisión Técnica que se reúne anualmente, supo actuar de manera solidaria, unida, activa y constructiva en la vida de CINTERFOR en general, y para obtener servicios de asistencia técnica específicos para el sector. Todos los años la intervención del “grupo de los trabajadores” fue positiva y propositiva; desde el Centro se trató de dar respuesta a esas demandas que muchas veces trascendían los intereses exclusivos de los trabajadores, y se proyectaron sobre el dialogo social y la mejora de la calidad de la participación de todos los actores sociales en la formación profesional (empleadores y gobiernos).
Se realizaron encuentros entre sindicalistas a nivel subregional para discutir una agenda específica del sector; pero siempre se contó con la asistencia de compañeros provenientes de otras regiones del continente (cabe agregar que en más de una de esas instancias participaron en calidad de expositores representantes de empleadores y gobiernos); se promovía la cooperación y el diálogo horizontal como la modalidad más idónea para el desarrollo y fortalecimiento de las organizaciones de trabajadores en todos los ámbitos de la formación: la participación en los niveles directivos de las instituciones, la participación a nivel local y de centros, y en todas las instancias técnico pedagógicas. Con el auspicio de centrales españolas, y el patrocinio de la ORIT, viajó a España un grupo de doce sindicalistas provenientes de las entidades especializadas de toda América para conocer los avances en la materia, con especial énfasis en el diálogo y la participación, y la gestión bipartita. No menos importante fue el apoyo brindado por el Centro al grupo de los trabajadores cuando se trató en la Conferencia Internacional del Trabajo la recomendación 195: reuniones de trabajo, asistencia técnica, producción de documentos hicieron posible una presencia llamativa en esas deliberaciones de los trabajadores americanos. Cómo olvidar que en años políticos tan difíciles y complejos para Colombia, la CUT/ORIT y CINTERFOR/OIT contribuyeron a establecer un diálogo más fecundo entre el SENA y su sindicato de trabajadores en torno al fortalecimiento del carácter público y gratuito de dicha entidad.
A requerimiento de la ORIT se elaboraron un sinnúmero de libros, documentos y entregas especiales del Boletín sobre “sindicatos y formación profesional”; los mismos circularon como publicaciones, y en especial, como documentos de trabajo en reuniones técnicas tanto regionales, como subregionales o nacionales; también sectoriales, y bipartitas y tripartitas. Manuales sobre seguridad e higiene en la construcción –sector crítico si los hay- o de formación de cuadros sindicales fueron también respuestas a solicitudes expresas recibidas.
Visto a la distancia de los años, tal vez lo que más deba apreciarse como el apoyo recibido por parte de Luis y sus gentes de la ORIT a CINTERFOR es todo el empeño puesto en favor de intereses colectivos y no solo sectoriales. Las series, libros y boletines dedicados a temáticas que abarcaban los intereses más generales como (a) la legislación del trabajo, el derecho a la formación, la negociación colectiva, entre otros; (b) la participación y el diálogo social; (c) manuales de formación. Y las solicitudes en común por seguir explorando temáticas que eran de mutuo interés de las organizaciones de trabajadores y de empleadores: las nuevas fórmulas de diálogo y participación; la modernización de la gestión de las entidades; la gestión de calidad; la formación y certificación de competencias; la adopción de imperativos de pertinencia en los programas por parte de las instituciones, entre muchos otros asuntos de la agenda del Centro.
Para concluir, quiero narrar una anécdota de carácter personal. Cuando fui funcionario de la UNESCO, hace de esto ya varios años, promovimos en la sede de la Oficina Regional de esa organización situada en Santiago de Chile, un encuentro de representantes de los sindicatos de la educación de todo el continente. La convocatoria, a la que respondieron representantes de prácticamente todas las organizaciones nacionales, fue efectuada junto a la Internacional de la Educación –sede central en París, y regional en Tegucigalpa por ese entonces. A raíz de ese encuentro se propuso elevar a la UNESCO un proyecto de asistencia técnica destinado al fortalecimiento de las capacidades institucionales y técnicas de los sindicatos con vistas a mejorar la participación de los mismos en los procesos de reforma que se llevaban a cabo por esos años, con muy poca (o nula) participación de esas organizaciones representativas de los trabajadores. En su carácter de Secretario General de la ORIT pedí a Luis que endosase el pedido dirigido al entonces director general de la UNESCO, el español Federico Mayor Zaragoza. Como era de esperar, él accedió de inmediato a acompañar la iniciativa. Esta situación, además, posibilitó un diálogo cuyos detalles disfruto hasta la fecha. Luis me decía que siempre deberíamos sumarnos a todas estas reivindicaciones sectoriales que hacen los sindicatos; pero que al mismo tiempo, no podíamos dejar de considerar también el contexto donde ellas se desenvolvían; según aprendí de él, muchas veces, esos intereses que se revelaban como válidos, pero de carácter sectorial, en algunas circunstancias podían llegar a afectar negativamente los intereses generales del resto de los trabajadores o de la propia Nación. Estaba aludiendo, claro, a los límites que nos imponen las defensas a ultranza de intereses corporativos. Y quien analice la trayectoria de dirigente de Luis Anderson habrá de comprobar que él siempre se ocupó por cuidar el lugar que le atribuía a las reivindicaciones de los trabajadores en el marco de los imperativos nacionales.
Luis Anderson. Gracias por tu legado. Algún día no muy lejano será reconocido tu aporte a las mejores causas de la integración americana.
Pedro Daniel Weinberg.