En los homenajes se suele pintar al protagonista de color de rosa. En el caso de Luis Anderson no sería lo más apropiado y no lo digo, dios me libre, por tratarse de “el Negro”. El bromeaba cuando al llegar a un sitio se le preguntaba ¿de dónde vienes Luis? y respondía: de África. Pero si hablamos en un sentido político yo creo que tuvo diversas tonalidades según las épocas.
Seguramente todas las semblanzas ensalzarán su trabajo y su legado sindical en América Latina. Sin haberle conocido muy a fondo, puedo confirmar muchas de las virtudes personales y sindicales que se atribuyen a Luis Anderson entre otras cosas porque en el tramo en que yo le traté, entre 1988 y 2003, fue cuando más destacó en su liderazgo y en su proyección en el sindicalismo mundial.
También porque mi relación personal fue bastante cordial y debo decir que pese a su alto rango de secretario general fue siempre muy accesible y de conversación fácil y amena. Por sus orígenes jamaicanos su lengua materna era el inglés, algo que yo no sabía y que no detecté pues manejaba la lengua cervantina de forma muy desenvuelta, ingeniosa y divertida. Hablaré después de algunos desencuentros.
Serán otros quienes describan con más conocimientos el giro progresista que Anderson dio a la ORIT, con el apoyo de Enzo Friso, secretario general de la CIOSL entre 1992 y 1995 y anteriormente secretario general adjunto.
Enzo Friso había entendido que el derrumbamiento del mundo socialista y el fin de la bipolaridad tendrían consecuencias también en el sindicalismo internacional donde decaería la lucha por el hegemonismo entre la CIOSL y la Federación Sindical Mundial (FSM) y se haría necesaria la recomposición para atajar la ofensiva neoliberal que ya había golpeado seriamente a los sindicatos y que se agudizaría en el nuevo escenario.
Había que reforzarse en el Sur, y para ello era necesario atraer a las organizaciones que la guerra fría había dejado en “el otro lado” o en los aledaños. Friso que había comenzado su carrera sindical internacional formado en las escuelas del sindicalismo ferozmente anticomunista de EEUU terminaría, ya jubilado, militando en el PDS partido italiano heredero del histórico PCI. Dimitió de la CIOSL por razones poco explicadas pero algo tendría que ver en ello la disconformidad que en la DGB y en otros poderosos sindicatos despertaba su crítica frontal al capitalismo salvaje que se estaba implantando en los países del Este de Europa, como se visualizó en un enfrentamiento público con el primer ministro checo Václav Klaus.
Friso y Anderson se alineaban con quienes pensaban que con la finalización de la confrontación Este/Oeste se relanzaría la mundialización económica y afloraría el conflicto Norte/Sur.
En América Latina no se trataba tanto de ganarse a los sindicatos afiliados a la FSM, la Internacional de orientación comunista, que no eran muchos aunque alguno prestigioso como la CGTP de Perú, sino sobre todo de atraerse a centrales importantes y de línea izquierdista como las CUT de Brasil y Colombia o el PIT-CNT de Uruguay.
Pero en algunos de esos y otros sindicatos se desconfiaba de la ORIT a la que seguían viendo como el brazo de la AFL-CIO de EEUU, que durante décadas con apoyo del Departamento de Estado, había alentado a las corrientes y centrales más conservadoras en contra precisamente de las de línea clasista. Ese papel predominante de la AFL-CIO en la ORIT, mucho más allá de lo que le daba ser su afiliada más grande, se mantuvo incluso durante los años en que la AFL-CIO estuvo fuera de la CIOSL por desacuerdos con los europeos.
Lo cierto es que la propia AFL-CIO y sus sindicatos (duramente golpeados durante los mandatos de Reagan y de Bush padre) terminaron por darse cuenta de que en realidad habían estado tirando piedras a su propio tejado pues con las aperturas comerciales (como el NAFTA) para defender los estándares laborales norteamericanos y evitar la deslocalización de empresas y de servicios lo que mejor le venía era la existencia de sindicatos fuertes en América Latina que encarecieran el valor del trabajo, sin importar si eran ideológicamente radicales. Así que la AFL-CIO no obstaculizó el giro político de la ORIT sino que apoyó plenamente el proyecto de apertura que encabezaba Anderson.
La AFL-CIO ostentaba la presidencia de la ORIT por medio de la tejana Linda Chavez-Thompson, un cargo no ejecutivo pero que ella ejerció de forma muy activa y que por su trayectoria y su origen hispano y afro-dependiente coadyuvó a que el “hermano del Norte” sindical fuera visto con mejores ojos por los latinoamericanos.
En el libro de conversaciones de Luis Anderson y de Bruno Trentin, titulado precisamente Nord Sud[1] se plasman muchas de las posiciones más progresistas que yo he escuchado o leído de Anderson. Tanto de autocritica al pasado de la CIOSL y de la ORIT, como de propuestas de futuro superadoras de la guerra fría, a favor de una mundialización justa y de un nuevo concepto de la solidaridad. Ciertamente en esas páginas (en las que coinciden básicamente las opiniones de los dos autores) Anderson no reniega de la historia de la CIOSL ni de la ORIT y las defiende de acusaciones infundadas desde “aparatos propangandistas de la URSS o de la FSM” como la de haber sostenido a regímenes dictatoriales. Anderson lo niega y alega que en todo caso fueron decisiones tomadas por afiliadas nacionales y nunca avaladas por los órganos de la CIOSL o de la ORIT.
Veo un antes y un después de la ORIT tras el ingreso de la CUT de Brasil. El peso de la gran central brasileña hizo que desde su ingreso el centro de gravedad de la ORIT pasara a estar en Sao Paulo, años antes de que también estuviera la sede. La CUT aportaba también a la ORIT y a la CIOSL su notable influencia internacional pues mantenía relaciones muy estrechas con centrales significativas en todos los continentes como la CTC de Cuba, el COSATU de Sudáfrica y otras muchas.
Bruno Trentin en sus diarios (Diari 1988-1994) hace un comentario muy elogioso sobre Anderson, inusitado en un texto donde la mayoría de los personajes citados no salen muy bien parados: He tenido (con Anderson) un coloquio muy estimulante sobre la situación del movimiento sindical en América Latina. Su visión sobre el papel autónomo de los sindicatos y sobre la necesidad de abrir un verdadero y propio frente de lucha contra la putrefacción burocrática y la conexión sofocante con los partidos y el Estado que los ha transformado a muchos de ellos en un cuerpo separado de la sociedad civil, enemigo de la masa creciente de los trabajadores precarios e informales.
Subrayado queda que Anderson apostó por la renovación del sindicalismo latinoamericano y mundial y ahora quiero terminar hablando de algunos claroscuros que honestamente creo que debo señalar y que pueden dar algún interés a mi artículo.
Tengo la impresión de que en los últimos años Luis Anderson no estaba tan convencido del “giro a la izquierda” como si pensara que éste había ido demasiado lejos. La aparición del chavismo (entonces la ORIT tenía la sede en Caraca) puede estar al fondo de esas dudas y de algunas actuaciones contradictorias con el rumbo que el mismo había trazado. Cuando en abril de 2002 celebramos en Madrid la 1ª Cumbre Sindical UE-América Latina, acababa de producirse el golpe de estado contra Chávez y en su Declaración se incluyó una condena del golpe militar. Anderson no vino a la reunión (su adjunto Víctor Báez representó a la ORIT) pero me consta que dio su conformidad a regañadientes y solo para evitar el fracaso de la Cumbre. Hay que decir que por el contrario el secretario general de la CLAT Eduardo García Moure fue muy tajante en la necesidad de condenar el golpe en Venezuela, e incluso, siendo él un exiliado cubano, también aceptó que se incluyera el rechazo al bloqueo a Cuba. Ambas menciones no significaban en absoluto conformidad o apoyo a los gobiernos de esos países a los que, como a los demás, se les exigía respeto a los derechos humanos y laborales.
Desde algunos años antes se había despertado cierta desconfianza de Anderson sobre la autonomía de la Coordinadora del Mercosur (CCSCS) y de rebote sobre el trabajo conjunto que ésta y la Confederación Europea de Sindicatos (CES) llevaban para influir en las negociaciones entre la Unión Europea y el Mercosur. La CCSCS era, y es, independiente pero estaba vinculada a la ORIT que la apoyaba y que hasta esos momentos no había mostrado recelos. Hubo numerosas actividades conjuntas entre la CES y la CCSCS (incluyendo también a la CTCS estructura de la CLAT en Mercosur antes de su fusión con ORIT) de seguimiento de las negociaciones del Acuerdo de Asociación tanto en Bruselas como en Montevideo, en algunas de las cuales participó Anderson.
En esos años parecía que el Mercosur iba a acelerar su proceso de integración a semejanza de la UE y se aspiraba a que el Acuerdo de Asociación con Europa fuera un contra modelo del ALCA con EEUU. La presencia de la CES en América Latina era también una consecuencia del “Proceso de Rio” de 1999 cuando ambas regiones se propusieron una alianza que solo ha cuajado parcialmente en el plano comercial y que tiene su máxima visibilidad institucional en las cumbres bi-anuales de Jefes de Estado.
La CES, desde 1991 trataba de incidir en las crecientes relaciones internacionales de la UE, algo que en el pasado por su menor relieve o por imposición de las Internacionales CIOSL y CMT había “delegado” en éstas. En algún momento se temió que el fortalecimiento de la CCSCS podía llevarla más allá de una “simple coordinadora” y a semejanza de la CES convertirse en una estructura con mayores competencias orgánicas y políticas restando papel a la ORIT. Cuando en una reunión de la CCSCS (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, septiembre de 2001) se expuso verbalmente que la conveniencia de que la CCSCS caminara hacia su conversión en Confederación, Anderson me preguntó en la misma sala si yo sabía que eso se iba a presentar y le dije que al igual que él me acababa de enterar.
Nadie de la Coordinadora tenía porqué consultarme pues las relaciones de la CES con la Coordinadora, que tenía dirigentes de extraordinaria capacidad, era de respeto mutuo y más en asuntos internos.
Ante las dudas de Anderson volví hablar con él largamente en Bruselas donde me expresó con franqueza que temía que la Coordinadora se estructurara como central y se desdibujara el papel de la ORIT e incluso que se debilitara económicamente si disminuían las cotizaciones a la OIT en favor de una CCSCS reforzada.
Anderson era un convencido del proceso de integración que representaba la Unión Europea y entendía y aceptaba que la CES tenía que hacer un seguimiento de las negociaciones comerciales. Pero creo que le inquietaba que indirectamente ese trabajo beneficiara la alianza que desde décadas habían mantenido los sindicatos del sur de Europa (especialmente los considerados “comunistas”) con los sindicatos latinoamericanos de tendencia “izquierdista” y perjudicara la cooperación bilateral directa de los sindicatos europeos en su conjunto con la ORIT. Puede que en estos recelos latiera más un interés de tipo organizativo burocrático que una oposición política.
En años posteriores a la muerte de Anderson se aclararían algunas de estas contradicciones con una mayor sincronía Coordinadora-ORIT. También se asentaría la pluralidad y avanzaría la unidad del sindicalismo latinoamericano y mundial, aunque con nuevos contratiempos.
Bueno hasta aquí mis recuerdos de Luis Anderson, gran dirigente en un sub-continente que ha dado a lo largo de la historia del movimiento sindical numerosas figuras de diferentes tendencias como por ejemplo los también fallecidos Vicente Lombardo Toledano, Lázaro Peña, Luis Figueroa, Emilio Máspero, José D’Elía, Juan Lechin…, de los vivos solo mencionaré a Luis Inacio Lula da Silva.
[1] COROSSACZ, Nana: Nord Sud. Lavoro, diritti e sindicato nel mondo, 1996, Roma, Ediesse.
Juan Moreno.