Conocí a Luis Anderson por el año 1975 cuando me iniciaba como funcionario del Instituto Panameño de Estudios Laborales (IPEL) del Ministerio de Trabajo y Bienestar Social del momento. En esos años el IPEL estaba ubicado en la parte superior del restaurante Boulevard Balboa, sitio de encuentro y tertulias de políticos de todos los signos que se reunían periódicamente a “arreglar el país”.
En el mismo edificio estaba el local de la Confederación de Trabajadores de la República de Panamá (CTRP) y de algunos sindicatos filiales como el SITRAPRODEC de Pablo Arosemena. En esos años Luis frecuentaba la sede de la CTRP como dirigente del Sindicato de las Fuerzas Armadas Local 907 y de la Federación de Trabajadores Democráticos, afiliados a la CTRP.
El nuevo Código de Trabajo de 1972 y la labor del IPEL creado en 1974 habían dado un gran impulso al surgimiento de nuevos sindicatos y al proceso de negociación colectiva en Panamá, dos pilares de los principios y derechos fundamentales en el trabajo, reconocidos por los constituyentes de OIT como derechos humanos en la Declaración de OIT de 1998.
Eran años de gran efervescencia política y social signados a nivel mundial por la guerra fría, lo cual tenía una gran repercusión sobre el movimiento sindical panameño. A nivel nacional se reproducían las tres grandes corrientes sindicales internacionales: la CNTP/CPUSTAL/FSM, la CIT/CLAT/CMT y la CTRP/ORIT/CIOSL, más un grupo de organizaciones independientes. Pero en el país -como en el ámbito mundial- imperaba entre los dirigentes de primer nivel una relación de “coexistencia pacífica”, además del respeto y reconocimiento mutuo en una dinámica sindical que daba espacio para todos, alentada además por una agenda política de descolonización que unía al país y por un mecanismo de coordinación intersindical emergente que era el Consejo Nacional de Trabajadores Organizados (CONATO).
Para esos años dentro de la CTRP se movían al menos dos corrientes sindicales. Una más apegada a las directrices del Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre de la AFLCIO y otra corriente renovadora que proponía un sindicalismo más pluralista, crítico e independiente. La más clara expresión de esa visión alternativa o “forcejeo interno” se vio en el XV Congreso Nacional Ordinario de la CTRP en mayo de 1979, cuando el entonces Secretario General de la CTRP el dirigente Phillip Dean Butcher, buscaba su reelección, y un grupo de dirigentes jóvenes en ese momento, le disputaron con piquetes, pancartas y consignas en el local del congreso (en el hotel Continental), su derecho a participar en la dirección de la CTRP (manifestación nunca antes vista en la historia de la CTRP). En ese movimiento alternativo, liderado por Pablo Arosemena, participaban dirigentes como Aniano Pinzón y Guillermo Puga, que años después fueron los líderes de la CTRP; siendo este último su actual Secretario General.
Este movimiento marcó un hito en la historia posterior de la CTRP, cuya propuesta de cambio quedó plasmada en un documento del SINTRAPRODEC presentado a las bases bajo el título “Las contradicciones de la sociedad panameña y los problemas del movimiento obrero nacional: por qué un cambio en la CTRP?”. El documento cerraba con algunas consignas que clamaban, entre otras cosas: “Por una dirigencia comprometida con los trabajadores”; “Por una democracia sindical sin trabas”; “Por un sindicalismo beligerante y nacionalista”; “Por una educación obrera más objetiva y profunda”; “Por un sindicalismo unitario, liberador, popular, consultivo, representativo y participativo”.
La integración de ideas progresistas en el quehacer de la organización impulsó la renovación de las estructuras y el liderazgo de la CTRP a nivel nacional. Y en ello contribuyó enormemente el contexto de la lucha nacional por el desmantelamiento del enclave colonial norteamericano enquistado en Panamá desde 1903. En esa lucha por la recuperación del canal y la soberanía panameña estuvo muy presente el movimiento sindical panameño y sus principales líderes, con un papel destacado de Luis Anderson, sin haber comandado todavía la CTRP.
En aquella coyuntura, el General Omar Torrijos, reconociendo las capacidades y liderazgo sindical de Luis Anderson en la antigua “Zona del Canal” lo incorpora al equipo negociador de los tratados del Canal de Panamá, que finalmente se firman el 7 de septiembre de 1977, bajo el título de “Tratados Torrijos – Carter.
Anderson fue elegido Secretario General de la CTRP en el 16° Congreso de la CTRP en septiembre de 1981 y durante su corta trayectoria al frente de la organización propició una apertura a la incorporación de nuevas ideas y dirigentes a la gestión de la CTRP, lo cual dio un gran impulso renovador a sus estructuras, programas y a su relación con el resto del sindicalismo nacional y continental.
En agosto de 1982 fue nombrado Vice Ministro de Trabajo, cargo que desempeñó poco tiempo porque en noviembre de 1983 fue electo Secretario General de la ORIT. En dos años Luis había hecho un recorrido por tres cargos de alto nivel entre dirigente sindical y funcionario público.
En la Administración Presidencial del Dr. Nicolás Ardito Barleta, iniciada el 1 de octubre de 1984, Luis Anderson fue designado como Ministro de Trabajo en reconocimiento a su gran trayectoria de dirigente sindical y luchador social. Recuerdo que nos reincorporamos al ministerio de trabajo el mismo día, el 15 de enero de 1985, debido a razones parecidas. Luis dejaba temporalmente la Secretaría General de la ORIT y yo regresaba al país de una licencia por estudios de maestría; y tuve el gran honor de ser merecedor de su confianza al designarme Director de Planificación del Ministerio de Trabajo.
Durante la efímera gestión de Luis como Ministro de Trabajo introdujo una visión renovada en la administración del trabajo. Incorporó la planificación estratégica como herramienta de gestión ministerial con Jorge Marengo como Viceministro, creando la Oficina de Planificación y otras unidades técnicas y administrativas para darle mayor efectividad a la institución.
Se adoptó por primera vez un planteamiento de políticas para dar mayor racionalidad y coherencia al quehacer institucional en los ámbitos de la política laboral, del empleo y bienestar social, conforme a los principios establecidos en la Constitución y la ley.
No obstante su procedencia sindical, Luis Anderson actuó al frente del Ministerio de la manera más objetiva e imparcial en la relación capital – trabajo y apoyó equitativamente a todas las corrientes sindicales en el manejo de los programas institucionales al alcance de los trabajadores, como los servicios de educación sindical financiados con el seguro educativo. Que yo recuerde, nunca hubo un reclamo sobre imparcialidad de parte de ninguno de los actores del mundo del trabajo. De ello pueden dar testimonio todos esos actores.
Los años 80 eran tiempos difíciles de la llamada “década perdida” en América Latina y el Caribe. En esos años campeaban en la región las doctrinas de las políticas neoliberales impulsada por las instituciones financieras internacionales (IFIS). Esas doctrinas tenían -y tienen- un efecto nefasto sobre las condiciones de vida y de trabajo. Subrayaban que los derechos laborales y sus instituciones, como el sindicato, la negociación colectiva y los salarios mínimos, son elementos que introducen “rigideces” en el mercado de trabajo y afectan el empleo y la productividad; y por tanto hay que eliminar tales “obstáculos”.
En otras palabras, el dogma neoliberal negaba con fuerza agresiva -y sigue negando- la validez y justicia de los principios y derechos fundamentales en el trabajo, que hoy se reconocen como piezas clave de los derechos humanos, tanto en la agenda de trabajo decente de OIT suscrita por las organizaciones de empleadores y trabajadores del mundo, como en el ámbito de la estrategia 2030 de las Naciones Unidas.
Las IFIS impusieron de manera avasalladora en la región una ola de reformas estructurales y laborales con base en el poder económico y financiero de la banca, bajo lo que se denominó “el consenso de Washington”. Ni siquiera la OIT como custodio de las normas internacionales de trabajo pudo contener o amortiguar las reformas laborales regresivas. La maquinaria de las reformas se imponía por la fuerza del capital financiero; y la banca internacional era muy clara: si no hay reformas no hay dinero fresco.!!!
Por supuesto que las fuerzas sociales panameñas, incluyendo un movimiento sindical atomizado, tampoco estaban en capacidad de contener esas reformas laborales y Luis Anderson lo sabía. Pero, además, la dirección económica del gobierno del momento estaba absolutamente convencida sobre el dogma de las reformas, lo cual ponía a Anderson en franca desventaja ante el Gabinete y el poder de las IFIS. Por tanto, sabiendo lo que venía y en solidaridad con su clase trabajadora, renunció del cargo de Ministro de Trabajo en mayo de 1985.
El movimiento sindical panameño se movilizó unitariamente en contra de las reformas impuestas finalmente con las llamadas Ley “3 en 1” de marzo de 1986 que establecieron ajustes estructurales y la apertura en el sector agropecuario, industrial y la flexibilización de la legislación laboral.
En esos tiempos la política económica panameña tenía empeño en atraer al país inversiones en la llamada industria maquiladora, conocidas en Centroamérica por su avidez por la mano de obra barata y desprotegida. Y se partía de la premisa equivocada de que el principal desaliento u obstáculo a ese propósito era el Código de Trabajo y particularmente algunas disposiciones salariales y derechos que se extendían a los trabajadores a domicilio. Y como se esperaba que muchas de esas empresas utilizarían trabajadores a domicilio (como las textiles), los arquitectos de la reforma tuvieron la idea de declarar que a partir de ese momento los trabajadores a domicilio no se considerarían trabajadores, para efectos de la aplicación del Código de Trabajo. Tremenda osadía, declararlos no trabajadores de un plumazo!!!. Pero así quedó escrito en la Ley N° 1 del 17 de marzo de 1986 en su artículo N° 7.
Pero como en otras reformas laborales, si el diagnóstico es sesgado y dogmático, el resultado de la norma no será efectivo ni exitoso. Y por supuesto, después de esa reforma no sólo no se instaló ninguna otra maquiladora, sino que se fueron las que operaban en el país. Estas y otras reformas laborales dejaron una extraordinaria lección a los actores políticos y sociales panameños; y es que si se desea lograr resultados exitosos en una reforma laboral, la misma debe responder objetivamente a los desafíos y problemas que se desean superar y deben ser fruto del consenso y no de la imposición.
Luis Anderson, dirigente sagaz y visionario y de gran sentido común, anticipó lo que venía y decidió regresar a su verdadera trinchera, a seguir luchando por los intereses y derechos de los trabajadores de las Américas, por un sindicalismo más fuerte y unitario y por una sociedad más democrática, equitativa y justa.
Miguel Del Cid, 12 de octubre de 2018.